"Llevo 38 años sintiéndome una Mujer incompleta"

Publicado en por Los Derechos de las Mujeres

Hoy es el día contra la ablación, una tortura a la que Agnes Pareyio, masai keniana, sobrevivió para contarla y tratar de erradicarla.

 

Una tarde a la vuelta del colegio, Agnes Pareyio vio a mucha gente a la puerta de su casa en una pequeña aldea de Kenia. «En ese momento supe lo que me iban a hacer. Le pregunté a mi madre, aterrada. “Te vas a convertir en mujer para casarte”, me dijo». Tenía 14 años y ya sabía lo que era la mutilación genital femenina. Una compañera le había advertido porque su pueblo es uno de los cinco en Kenia que la practican. «Yo me negué. Mi padre me apoyó, pero mis abuelas y tías fueron por ahí diciéndole a todo el mundo que era una cobarde». Cuatro días después, tras una presión insoportable, aceptó.

 

Agnes es una de las 140 millones de mujeres en el mundo sometida a la ablación del clítoris. Una entre las 91 millones de africanas que sufren las consecuencias de esa tortura. «No es algo que recuerdes, es que jamás lo olvidas. Te acompaña siempre, cada día de tu vida», confiesa esta masai que hoy tiene 52 años, directora de la organización Rescate de la Mujer, dedicada en cuerpo y alma a la acogida y atención de niñas en riesgo de sufrir la mutilación genital y matrimonios tempranos forzosos en el Valle del Rift. Un referente mundial en su campo.

«En ese momento sientes un dolor extremo. Te cortan, no te dejan llorar, te sientan allí hasta que la “circuncidadora” dice “ya es suficiente”. Después viene una anciana para comprobar que todo se ha hecho bien, poniendo dos dedos donde estaba el clítoris para asegurarse de que ya no está allí», recuerda, sentada en el lobby de un hotel madrileño invitada por la ONG Mundo Cooperante para contar su historia en este 6 de febrero, Día Internacional contra la Mutilación Genital Femenina.

 

Su tortura fue del «tipo II». Le quitaron el clítoris, los labios menores y mayores. «Lo peor es que lo hagan sin anestesia y la cicatrización, utilizando tu propia orina. Es salada y no puedes imaginar cómo escuece. Debes poner las piernas juntas de modo que la orina limpie la herida. Es horrible». Ese proceso dura un mes. «Estás encerrada en casa. No puedes andar. Mi madre me alimentó con proteínas porque perdí mucha sangre y estaba muy débil». Pasado ese tiempo, le afeitaron la cabeza para mostrar que era una persona nueva, una adulta. «Te preparan para recibir charlas diarias con una consejera que te habla de lo que significa ser mujer, tener hijos y marido». Y todo eso aunque la niña tenga 14 años y su futuro esposo, 70. A ella también la obligaron a casarse. «No es un marido que tú elijas. Son matrimonios organizados y no puedes negarte. Un día estás en el colegio, al día siguiente te cortan el clítoris y al siguiente te casan con un anciano».

«Nos separamos porque se avergonzaba de lo que yo hacía para acabar con la ablación del clítoris. Tenía mucha presión de la comunidad cuando empecé a mostrar un molde anatómico con todas las partes de la vagina, explicando los tipos de mutilación genital y sus devastadoras consecuencias. Yo estaba descubriendo un tabú, un secreto».

 

Estuvo casada 20 años y con él tuvo tres hijos y una hija. «Mi niña por supuesto no se ha sometido a la ablación». Una de las pocas cosas buenas a las que pueden aferrarse es que esta tortura no está ligada a la religión —se practica en las tres religiones monoteístas—, sino a la cultura. Es una cuestión de grupos étnicos, no de países. «Si alguien decide no hacerlo, no hay creencias que te obliguen. Yo tuve que hacerlo pero hemos cambiado poco a poco. Ahora puedes hablar de mutilación genital femenina en público. Cuando empecé en 1995 nadie quería escucharnos. Hoy nos llaman para dar charlas».

 

La ablación es un asunto cultural para controlar la sexualidad de la mujer, ejercer poder sobre ella. Se ha rodeado de una falsa mitología, pero en realidad está relacionada con el sometimiento, el arreglo de matrimonios forzosos, el intercambio de dinero. Las féminas son, paradójicamente, sus más feroces defensoras. Creen que deben mantener esta «costumbre» de generación en generación y la defienden asegurando que «una mujer circuncidada es una mujer limpia». Otros mitos asociados a la ablación son la estética, prevenir la promiscuidad, facilitar el parto o potenciar la fertilidad. Los hombres poco o nada sabían de sus consecuencias hasta que los activistas se pusieron en marcha para informarles. Esto era cosa de mujeres. Hoy son ellos los que más escuchan y aceptan la necesidad de erradicarlo. «Les hablamos de sexo y les explicamos que sin clítoris, una mujer no siente placer. Así aceptan hablar con ellas para convencerlas», señala Agnes.

«Es algo que escondes»

 Muchos de quienes reivindican la ablación desconocen el horror por el que pasan las niñas de 0 a 15 años cuando se lo practican. Y las posteriores consecuencias. «La gente cree que es un ritual y no le da más vueltas porque no está relacionado con la muerte. Olvidan que esto es tortura. Sabes que no estás completa, que te falta algo, y jamás socializas como el resto porque lo escondes». Entre las terribles consecuencias inmediatas están, además del intensísimo dolor, el miedo, la angustia, la retención de orina y graves hemorragias que pueden provocar la muerte. A medio y largo plazo se desarrollan infecciones, infertilidad, problemas en el parto, anemia, depresión, desgarros, pérdida de sensibilización sexual (que dificulta o impide el orgasmo), retención de la sangre menstrual y de orina (lo que origina repudio por mal olor). En este último caso, las mujeres con infibulación rigurosa (tipo III) deben orinar gota a gota y llegan a tardar hasta 15 minutos en vaciar la vejiga. Es tan doloroso que muchas dejan de beber líquidos y acaban con gravísimas infecciones.

 

Uno de los momentos más chocantes para Agnes fue ver a una mujer con queloides (lesiones de la piel formadas por crecimientos exagerados del tejido). «Yo pensaba que eso no existía, pero cuando lo vi me quedé perpleja. Eran tan grandes que al dar a luz tuvieron que apartarlos con las manos porque no se veía la cabeza del bebé». A las casas de acogida de Rescate de la Mujer llegan adolescentes traumatizadas, viudas a los 15. Las llevan al colegio y hablan con sus familias para que se reconcilien. «La clave para erradicar la ablación es informar a las niñas. Debemos convencerlas contándoles lo que sufrirán si aceptan», comenta Agnes, que también trabaja para concienciar sobre la tragedia de los matrimonios tempranos. «Las casan con nueve años, se quedan embarazadas y sus cuerpos no están preparados para llevar el peso de un bebé ni dar a luz. Desarrollan problemas de incontinencia, huelen mal y serán repudiadas de por vida. Eso se arregla con cirugía, pero no hay dinero para todas. Es otra forma de tortura que debe acabar», concluye esta masai de ojos tristes.

Fuente: ABC Internacional - NOELIA SASTRE- 06/02/11

Etiquetado en Historia de Mujeres

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